Por un Cuarto de Pollo (parte I)

6:12 by Pike

Era de noche y sentía frió, el taxi se detuvo en medio de la nada y solo se escuchaba el cascabeleo del motor diesel. La cabeza me zumbaba, por momentos una cortina lechosa cubria mi visión. El chofer prendió una lucecita y contó los billetes apeñuscados que le pase sobre el hombro. Mi condición de enfermizo se hizo patente, el aliento fétido era indicio de algún trastorno estomacal, devolvía un vaho avinagrado. A mi lado estaba la mujer de la calle, cuyo nombre no paraba de repetir mentalmente como un mantra: Mirna. Sentí que el viaje había sido largísimo de un extremo de la ciudad al otro. Los pozancones de las calles me despertaron, el continuo brinqueteo termino por romper mi frágil sueño. Tome la bolsa de comida y bajamos del taxi, Mirna me agarro de la mano, como quien guía a un ciego. El barrio estaba oscuro, la débil luz de un poste al final de la calle de tierra dejaba ver los contornos sinuosos de las casas rusticas a medio terminar, empotradas unas sobre otras. Descubrí que la zona sirve como estacionamiento a los camioneros, gigantes chatas franqueaban las calles a ambos lados. Se veían siluetas descargando bolsas sobre ramplas empinadas de subida o bajada. ‘¿Dónde fui a parar?’, pensé. Cada pegunta que formulaba y eran muchas, arrancaban un pedazo de mi huidiza memoria.


Caminamos un buen trecho, esquivando lagunas de barro, hasta que llegamos a un descampado, que en otro momento serviría como cancha deportiva, pero como había llovido horas antes, era solo un inmenso lodazal. Lo circundamos y entramos por un pasillo, Mirna me indico silencio cruzando un dedo frente a la boca. Abrió con cuidado una pequeña reja destartalada, se escucho el gruñido de un perro, Mirna se apresuro a tomarlo por la cabeza y pasarle la mano por su hocico, el raquítico perro comenzó a lamerla soltando pequeños aullidos.

―Pasa rápido antes que alguien se despierte ―grito en voz baja.

No pude, me tome el pecho y comencé a toser. Algo atenazaba mi respiración. Mi cabeza retumbaba con cada estertor. Alce la mano en señal de impotencia, hasta que doblado por el dolor, de a poco un flujo de aire fue llegando a mis pulmones.

Al final entre por una hilera de cuartos enanos hasta llegar a un depósito al fondo, apenas iluminado. Mirna cerró la puerta detrás mió. El lugar estaba lleno de bolsas de carbón y latas de manteca apiladas en columnas. A un lado, un colchón de paja era el único indicio de que alguien dormía ahí. Nos sentamos en el colchón, Mirna acerco una caja de cartón y puso la bolsa de comida sobre la misma. Me miro como pidiendo permiso y abrió la bolsa sin perder tiempo. Mientras comía casi con desesperación, metiéndose a la boca la carne de pollo y el arroz al mismo tiempo, recién pude observarla con detenimiento. Estaba descalza con los pies mugrientos, vestía un pantalón de franela sujetado a la cintura con un pedazo de soga y una polera con el cuello tan ancho que se le veían las clavículas. Largos mechones brotaban de su cabeza como un helecho. En su rostro de pómulos huesudos su mirada ojerosa aun guardaba cierto brillo.

Se escucharon los pasos de un gato cruzando el techo de calamina.

―¿Por que tiemblas? ―pregunto.
―Tengo mucho frio ―musite.

Pese al intenso calor del encierro de la habitación sin ventanas, sudaba a chorros y no paraba de moquear. Acostado, un continuo pálpito en la sien me indicaba que debía hacer lo correcto. Me anime y comente:

―No recuerdo por que estoy aquí.

Por primera vez Mirna sonrió y se le formaron hoyuelos en las mejillas. Su boca aceitosa resplandecía en la penumbra.

―Yo tampoco lo se ―dijo y con ello me colmo de espanto.

No sabía si bromeaba y preferí guardar silencio. De nuevo volvió a faltarme el aire. Esta vez mas calmado, intente aprovechar cada molécula de oxigeno. La vista se me nublo y cerré los ojos entregándome a la oscuridad provisoria. Rebasado por el miedo, llene de mierda mis pantalones, tras lo cual cierto alivio atisbo finalmente.

Sentí la mano de Mirna palpando mi frente, luego friccionándome el pecho. No lograba distinguir lo que decía, su voz era un siseo demasiado tenue como para intentar descifrarlo. Me tomo por la cabeza y acerco un vaso con agua, que bebí de un trago.

Sentía la constante picadura de mosquitos, mi mandíbula, un par de castañuelas brincoteando. Comencé a hacerme preguntas tontas: ¿Quién era?, ¿Cuál era mi nombre? ¿De que vivía? Y ciertamente no lograba responder.

(Continuara)


Santa Cruz, 29 de Abril.

1 Comentarios, insultos, amenazas

1 comentarios:

Anónimo dijo... @ 29 de abril de 2009, 21:47

¿¿¿¡¡¡Que mierda es esto???!!!!
no jodas a los casuales lectores con tu atrofia inspiracional.

Espero que la inspiración regrese.
Saludos.

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